Al gobierno de Mauricio Macri se le presenta un escenario complejo. La oposición no le contesta, sólo le queda confrontar con la crisis que él mismo creó.
por Agustín Marangoni
Desde la campaña de 2015, Cambiemos utiliza la confrontación como estrategia política. Hasta el nombre de la coalición está diseñado con ese objetivo: escrito en primera persona del plural y con el espíritu de ofrecer una alternativa al modelo de gestión del kirchnerismo. Así se mantuvo durante dos años y medio de gobierno, basándose en un discurso cincelado por el coaching apolítico del asesor Jaime Duran Barba. Cambiemos no habla de proyectos concretos, sólo se ocupa de soltar críticas. A veces con relativa buena puntería, la mayoría de las veces con cifras improbables para darle cuerpo a los títulos fuertes del blindaje mediático que construyen los medios afines, que hoy son más del 90% en el mapa de convergencia mediática de la Argentina.
Este recurso discursivo circuló bajo la carátula Pesada herencia y se utilizó hasta vaciarlo de contenido. Perdió efectividad por una razón sencilla: las consecuencias del modelo neoliberal de Cambiemos le estallaron en la cara incluso a sus propios votantes. Todas las encuestas que llegan a Casa Rosada muestran a un Macri dinamitado y lastimando a sus figuras más cercanas. La pérdida de capital político supera, en promedio, los 25 puntos. Y aunque todavía no está claro qué cuadro va a absorber esos guarismos que hoy están sueltos, la figura que más crece es Cristina Kirchner. Roza los 39 puntos de imagen positiva. Y en alza.
Frente a esta realidad que se apoya en números fríos –sumada a la devaluación del peso que alcanza el 45% en los últimos dos meses, el aumento de las tarifas y las naftas, la inflación que se proyecta en un 30% anual, la pérdida de poder adquisitivo y el malestar que encienden las cuentas con millones de dólares en el exterior de los integrantes del gabinete– el gobierno intentó volver a confrontar. En su última entrevista, para un programa de Canal 13, Macri fustigó a cada rato con los errores del populismo y trazó las clásicas comparaciones con Venezuela. Inteligente, la oposición no movió un dedo. Cristina no respondió. Massa tampoco. Los gobernadores están midiendo qué hacer. La intención de Cambiemos es ubicarse en la discusión para las presidenciales del año que viene, pero, frente a ese silencio estratégico, queda obligado a confrontar con la crisis que fabricó, el endeudamiento récord, la recesión en el sector industrial y los próximos seis meses que se asoman complicados y sin rumbo. Está obligado a hacer gestión y, queda claro, no sabe cómo ni con qué.
El mundial de fútbol masculino se apagó en octavos de final y la cortina de humo que suponía la discusión por la legalización del aborto terminó siendo un error caro: una parte –todavía no cuantificada– del núcleo duro de los votantes de Cambiemos está en absoluto desacuerdo con la ley y con la decisión de Macri de dejarla avanzar libremente. Ahí también pierde capital político. Hoy un bien en extinción para el oficialismo.
A Cambiemos le cambiaron la agenda política. Dijo y repitió cuanto pudo que el kirchnerismo era el pasado. Sin embargo, ese mismo kirchnerismo recupera de a poco las riendas de la escena. Como principal opositor, en primera instancia. Y con la prudencia como herramienta clave. Entendió que Cambiemos, desde que asumió, sólo tenía una carta bajo la manga: el marketing. Era cuestión de esperar a que se viera lo que hay detrás.